Cuento de la Tribu de los Crow
La muchacha que amaba a su prometido
Varios jóvenes de la tribu de los cuervos ya estaban en el sendero de la guerra. Un poco antes de llegar al sitio en que el Río de las Piedras Amarillas abandona la montaña, tuvieron que librar una batalla con un ejército de pies negros.
Dos cuervos murieron en esa batalla.
Más lejos, cuando querían atravesar el Río que Grita entre las Piedras, los supervivientes toparon una vez más con el enemigo.
Tres cuervos perdieron la vida en este segundo encuentro.
Aguila Blanca recibió una flecha en la pantorrilla. La herida le impedía ir más lejos. El jefe de la expedición afirmó:
Aguila Blanca no se encuentra en estado de seguir avanzando. Lo dejaremos aquí hasta que se le cure la pierna. Si le esperáramos nos exterminarían a todos.
Se acordó que si Aguila Blanca no había regresado a la tribu después de la Luna en la que la Nieve entra en los Tipis, se proclamaría su gloriosa muerte.
Los guerreros le construyeron un refugio para que pudiera pasar el invierno sin sufrir demasiado. Le dieron todas las provisiones que podían dejarle y colocaron sus armas junto a él. Luego partieron.
De vuelta al poblado, los guerreros explicaron lo que había sucedido. Los sabios afirmaron que aquellos valientes habían actuado de la mejor manera para todos. Pero una joven no pensaba lo mismo. Se llamaba Lluvia Hembra y no quería en absoluto abandonar a su prometido durante todo un invierno. Su hermano había formado parte de la expedición; le preguntó:
-¿Dejasteis a Aguila Blanca muy lejos?
-Más allá de las Montañas Peinadas de Nieve -contestó el hermano.
-Habrá muerto de frío antes de que termine la Luna en la que la Marmota sale de su Agujero. Indícame el camino, voy a buscarlo.
El joven valiente replicó:
-El viaje es ya demasiado largo para un hombre, ¿cómo va a llegar a ese sitio una mujer sola?
Pero Lluvia Hembra insistió de tal forma que su hermano le dijo:
-Ve hasta el río de las truchas y remonta la corriente hasta el sitio en el que forma un lago. Si el hielo es suficientemente espeso pasa a la otra orilla y alcanza la montaña en la que el curso de agua tiene su fuente. Rodea esa elevación siguiendo el curso del sol y dirígete hacia ese bosque de pinos que los castores utilizan para construir su embalse. Detrás de ese bosque hay un pantano cubierto de nenúfares. No te aventures en él porque es muy peligroso. Camina en dirección de las dos montañas y toma el Desfiladero de la Sombras. Al final de ese paso se eleva una roca cuya forma recuerda a un cazador al acecho. Tras esa roca se extiende una gran llanura. Allí encontrarás a tu prometido. En esta estación sólo podrás franquear ese espacio con raquetas para la nieve. No abuses de tus fuerzas y ten mucho cuidado. Los lobos merodean por esos parajes y el oso tiene su caverna muy cerca del sito donde dejamos a Aguila Blanca.
Lluvia Hembra se cargó de madera de provisiones la espalda y se puso en camino.
La Luna de las Hojas Pobres ya estaba terminando y el Momento en el que Hay que Guardar los Víveres apenas acababa de comenzar. Lluvia Hembra anduvo durante toda una estación. En sus escasos descansos se calentaba poco y comía lo menos posible para no empobrecer lo que destinaba a Aguila Blanca.
Al llegar a la llanura hacía estragos una tormenta. Pero, a través de los copos de nieve, percibió una delgada columna de humo. En seguida pensó: <>
Aguila Blanca se encontraba sentado ante un débil fuego. Su provisión de madera tocaba a su fin y desde el día anterior no tenía comida. Lluvia Hembra le dijo:
-He venido a ayudarte. ¿Qué necesitas?
-Tengo frío y hambre -contestó el joven valiente.
Cuando la mujer reanimó el fuego y dio de comer a Aguila Blanca, puso tierra virgen sobre su herida.
-Así te curarás más pronto -le aseguró.
La pierna del guerrero estaba tan hinchada que no podía desplazarse más que arrastrándose sobre el vientre. Lluvia Hembra colocó trampas durante toda la Luna de la Nieve Enceguecedora. De vez en cuando capturaba un zorro o un castor. En esas ocasiones ofrecía un auténtico festín a Aguila Blanca. Pero la mayor parte de la veces no conseguía arrancar a sus provisiones más que una rata almizclera. Entonces el hambre se hacia sentir.
En la Luna en la que las Ocas Remontan hacia el Sur, Aguila Blanca declaró:
-Ha empezado el deshielo. Construye una canoa con ramas de sauce y pieles de ciervo. Cuando el río esté libre volveremos a nuestra tribu. El hechicero debe creernos muertos y seguro que se prepara para cantar nuestro funerales.
Pronto el barco estuvo terminado. El hombre y la mujer iban a partir cuando Lluvia Hembra percibió una partida de cazadores río abajo.
-Serán pies negros -dijo Aguila Blanca-. Ve a esconderte en las colinas, pues si te encuentran aquí te matarán conmigo.
Lluvia Hembra se negó a abandonar a su prometido. Pero éste insistió tanto que acordó con él:
-Me apostaré en una elevación para vigilar a los pies negros. Mientras lance el grito del coyote no tendrás nada que temer. Toma el cuchillo y pon fin a tus días si me oyes cantar como la lechuza. No quiero que te capturen vivo. Si llegaras a ese extremo yo también me eliminaré
Durante todo el día, Lluvia Hembra espió a los extranjeros.
A Aguila Blanca le llegaba a intervalos regulares el grito del coyote. Luego, hacia el atardecer, no oyó nada más. Pensó, con la muerte en el alma: Los pies negros habrán descubierto a Lluvia Hembra y la han matado .
Se preguntaba cómo conseguiría llegar a la tribu cuando la joven apareció ante él.
-Mira - le dijo-, he quitado una manada de perros a los pies negros. Aprovecharemos la noche para partir.
Cuando la luna ascendió en el cielo abandonaron la cabaña. Los perros eran sanos y el trineo sólido.
Pero se levantó una tormenta de nieve y tuvieron que detenerse.
Lluvia Hembra tapó a Aguila Blanca con una manta de piel de bisonte y se acurrucó contra él para mantenerlo caliente. Desaparecieron rápidamente bajo los copos y los dos cuerpos no parecían más que un montoncito de nieve.
Por la mañana, un pájaro se posó sobre el montículo blanco y silbó una canción. Así los jóvenes supieron que la tormenta había pasado. Pero cuando salieron de su refugio vieron que el tiro de perros había desaparecido.
-No importa -dijo Lluvia Hembra-. Sube a mis espaldas, yo te llevaré.
Aunque transportaba una carga tan pesada. Lluvia Hembra consiguió caminar tres días. Al alba del cuarto llegó por fin a la aldea de los cuervos.
Esa misma noche Aguila Blanca contó a toda la tribu lo que Lluvia Hembra había hecho por él.
La historia gustó tanto que quedó para siempre en las memorias. Desde entonces, cuando un cuervo necesita ayuda llama a su mujer o a su prometida.
La muchacha que amaba a su prometido
Varios jóvenes de la tribu de los cuervos ya estaban en el sendero de la guerra. Un poco antes de llegar al sitio en que el Río de las Piedras Amarillas abandona la montaña, tuvieron que librar una batalla con un ejército de pies negros.
Dos cuervos murieron en esa batalla.
Más lejos, cuando querían atravesar el Río que Grita entre las Piedras, los supervivientes toparon una vez más con el enemigo.
Tres cuervos perdieron la vida en este segundo encuentro.
Aguila Blanca recibió una flecha en la pantorrilla. La herida le impedía ir más lejos. El jefe de la expedición afirmó:
Aguila Blanca no se encuentra en estado de seguir avanzando. Lo dejaremos aquí hasta que se le cure la pierna. Si le esperáramos nos exterminarían a todos.
Se acordó que si Aguila Blanca no había regresado a la tribu después de la Luna en la que la Nieve entra en los Tipis, se proclamaría su gloriosa muerte.
Los guerreros le construyeron un refugio para que pudiera pasar el invierno sin sufrir demasiado. Le dieron todas las provisiones que podían dejarle y colocaron sus armas junto a él. Luego partieron.
De vuelta al poblado, los guerreros explicaron lo que había sucedido. Los sabios afirmaron que aquellos valientes habían actuado de la mejor manera para todos. Pero una joven no pensaba lo mismo. Se llamaba Lluvia Hembra y no quería en absoluto abandonar a su prometido durante todo un invierno. Su hermano había formado parte de la expedición; le preguntó:
-¿Dejasteis a Aguila Blanca muy lejos?
-Más allá de las Montañas Peinadas de Nieve -contestó el hermano.
-Habrá muerto de frío antes de que termine la Luna en la que la Marmota sale de su Agujero. Indícame el camino, voy a buscarlo.
El joven valiente replicó:
-El viaje es ya demasiado largo para un hombre, ¿cómo va a llegar a ese sitio una mujer sola?
Pero Lluvia Hembra insistió de tal forma que su hermano le dijo:
-Ve hasta el río de las truchas y remonta la corriente hasta el sitio en el que forma un lago. Si el hielo es suficientemente espeso pasa a la otra orilla y alcanza la montaña en la que el curso de agua tiene su fuente. Rodea esa elevación siguiendo el curso del sol y dirígete hacia ese bosque de pinos que los castores utilizan para construir su embalse. Detrás de ese bosque hay un pantano cubierto de nenúfares. No te aventures en él porque es muy peligroso. Camina en dirección de las dos montañas y toma el Desfiladero de la Sombras. Al final de ese paso se eleva una roca cuya forma recuerda a un cazador al acecho. Tras esa roca se extiende una gran llanura. Allí encontrarás a tu prometido. En esta estación sólo podrás franquear ese espacio con raquetas para la nieve. No abuses de tus fuerzas y ten mucho cuidado. Los lobos merodean por esos parajes y el oso tiene su caverna muy cerca del sito donde dejamos a Aguila Blanca.
Lluvia Hembra se cargó de madera de provisiones la espalda y se puso en camino.
La Luna de las Hojas Pobres ya estaba terminando y el Momento en el que Hay que Guardar los Víveres apenas acababa de comenzar. Lluvia Hembra anduvo durante toda una estación. En sus escasos descansos se calentaba poco y comía lo menos posible para no empobrecer lo que destinaba a Aguila Blanca.
Al llegar a la llanura hacía estragos una tormenta. Pero, a través de los copos de nieve, percibió una delgada columna de humo. En seguida pensó: <
Aguila Blanca se encontraba sentado ante un débil fuego. Su provisión de madera tocaba a su fin y desde el día anterior no tenía comida. Lluvia Hembra le dijo:
-He venido a ayudarte. ¿Qué necesitas?
-Tengo frío y hambre -contestó el joven valiente.
Cuando la mujer reanimó el fuego y dio de comer a Aguila Blanca, puso tierra virgen sobre su herida.
-Así te curarás más pronto -le aseguró.
La pierna del guerrero estaba tan hinchada que no podía desplazarse más que arrastrándose sobre el vientre. Lluvia Hembra colocó trampas durante toda la Luna de la Nieve Enceguecedora. De vez en cuando capturaba un zorro o un castor. En esas ocasiones ofrecía un auténtico festín a Aguila Blanca. Pero la mayor parte de la veces no conseguía arrancar a sus provisiones más que una rata almizclera. Entonces el hambre se hacia sentir.
En la Luna en la que las Ocas Remontan hacia el Sur, Aguila Blanca declaró:
-Ha empezado el deshielo. Construye una canoa con ramas de sauce y pieles de ciervo. Cuando el río esté libre volveremos a nuestra tribu. El hechicero debe creernos muertos y seguro que se prepara para cantar nuestro funerales.
Pronto el barco estuvo terminado. El hombre y la mujer iban a partir cuando Lluvia Hembra percibió una partida de cazadores río abajo.
-Serán pies negros -dijo Aguila Blanca-. Ve a esconderte en las colinas, pues si te encuentran aquí te matarán conmigo.
Lluvia Hembra se negó a abandonar a su prometido. Pero éste insistió tanto que acordó con él:
-Me apostaré en una elevación para vigilar a los pies negros. Mientras lance el grito del coyote no tendrás nada que temer. Toma el cuchillo y pon fin a tus días si me oyes cantar como la lechuza. No quiero que te capturen vivo. Si llegaras a ese extremo yo también me eliminaré
Durante todo el día, Lluvia Hembra espió a los extranjeros.
A Aguila Blanca le llegaba a intervalos regulares el grito del coyote. Luego, hacia el atardecer, no oyó nada más. Pensó, con la muerte en el alma: Los pies negros habrán descubierto a Lluvia Hembra y la han matado .
Se preguntaba cómo conseguiría llegar a la tribu cuando la joven apareció ante él.
-Mira - le dijo-, he quitado una manada de perros a los pies negros. Aprovecharemos la noche para partir.
Cuando la luna ascendió en el cielo abandonaron la cabaña. Los perros eran sanos y el trineo sólido.
Pero se levantó una tormenta de nieve y tuvieron que detenerse.
Lluvia Hembra tapó a Aguila Blanca con una manta de piel de bisonte y se acurrucó contra él para mantenerlo caliente. Desaparecieron rápidamente bajo los copos y los dos cuerpos no parecían más que un montoncito de nieve.
Por la mañana, un pájaro se posó sobre el montículo blanco y silbó una canción. Así los jóvenes supieron que la tormenta había pasado. Pero cuando salieron de su refugio vieron que el tiro de perros había desaparecido.
-No importa -dijo Lluvia Hembra-. Sube a mis espaldas, yo te llevaré.
Aunque transportaba una carga tan pesada. Lluvia Hembra consiguió caminar tres días. Al alba del cuarto llegó por fin a la aldea de los cuervos.
Esa misma noche Aguila Blanca contó a toda la tribu lo que Lluvia Hembra había hecho por él.
La historia gustó tanto que quedó para siempre en las memorias. Desde entonces, cuando un cuervo necesita ayuda llama a su mujer o a su prometida.
LOLY.