RELATO CHEYENNE: Cuando los cheyennes aún habitaban en el Norte, solían acampar en un gran círculo, atravesado por una límpida corriente de agua procedente de un cercano manantial. Este manantial proveía permanentemente de agua al campamento, pero en cambio la comida se hacía cada vez más difícil de conseguir. El búfalo casi había desaparecido, y mucha gente estaba hambrienta.
En un día soleado, algunos hombres practicaban el juego del aro y la jabalina en el centro del campamento.
Hacían rodar un aro blanco y rojo sobre el que lanzaban cuatro jabalinas, dos rojas y dos negra. Para poder ganar, el jugador tenía que lanzar su jabalina a través del aro cuando éste se movía. Había ya mucha gente reunida, cuando un joven del lado sur del campamento se acercó para compartir su tiempo con ellos.
Vestía una túnica de búfalo. Su cuerpo estaba pintado de amarillo, y sobre la cabeza llevaba un águila pintada también de amarillo.
Inmediatamente, otro joven, vestido exactamente igual, llegó desde el lado norte del campamento para observar el juego. No se conocían, pero cuando los dos se vieron, se acercaron a través de la multitud para hablar.
-Amigo mío –dijo el que provenía del lado sur-, estás imitando mi vestimenta ¿por qué lo haces?. A lo que el otro hombre respondió:-Eres tú el que me imitas ¿por qué?.
En sus explicaciones, ambos se contaron la misma historia. Entraron dentro del manantial que fluía de las colinas vecinas, y allí se les dijo cómo debían vestirse.La multitud había dejado de observar el juego y se había congregado alrededor de ellos para escuchar. Pero los jóvenes decidieron que debían volver al manantial inmediatamente.Los dos se aproximaron al manantial mientras la multitud, que los había seguido, los observada. El muchacho del sur cubrió su cabeza con la túnica de búfalo y entró.
El otro hizo lo mismo. atravesaron nadando y se encontraron en una gran caverna. Cerca de la entrada estaba sentada una anciana que cocinaba algo de carne de búfalo y maíz en dos calderos de barro separados entre sí.
La anciana los saludó:
-Muchachos, venid aquí, sentaos a mi lado.
Se sentaron, uno a cada lado, y le dijeron que la gente de afuera estaba hambrienta y que ellos habían venido por comida. Ella les dio maíz de uno de los calderos y carne de otro. Comieron hasta que estuvieron satisfechos, y cuando terminaron, los calderos todavía estaban llenos. Entonces, les dijo que mirasen hacia el sur, y ellos vieron que la tierra en aquella dirección estaba cubierta de búfalos.
También les dijo que mirasen hacia el oeste, y vieron toda clase de animales, grandes y pequeños, incluyendo ponis, que no conocían hasta ese momento.
Les dijo que mirasen hacia el norte, y vieron maíz plantado por todas partes.
La anciana les dijo:
-Todo lo que estáis viendo podría ser vuestro en el futuro.
Esta noche incitaré al búfalo para que vuelva a sus tierras. Cuando abandonéis este lugar, el animal os seguirá y vuestra gente lo verá llegar antes de la puesta del sol. Llevad en las túnicas este maíz sin cocinar y plantadlo profundamente cada primavera, en suelo húmedo.
Después de que madure, podréis alimentaros con él. “Tomad también esta carne y este maíz que cociné –añadió ella-, y cuando estéis con vuestra gente, pedidles que se sienten a comer en el siguiente orden:
primero, todos los hombres, desde el más joven hasta el más viejo, con la excepción de un niño huérfano; segundo, todas las mujeres, desde la más joven hasta la más vieja, con la excepción de una niña huérfana. Y cuando todos hayan comido, el niño y la niña huérfanos deben comer el resto de la comida de los calderos. Los dos jóvenes obedecieron a la anciana.
Cuando salieron del manantial, vieron que sus cuerpos estaban pintados totalmente de rojo.
Se dirigieron directamente hacia su gente, a quienes entregaron el maíz y la carne. Hubo suficiente para todos, comieron y luego pasaron los calderos y a los dos huérfanos, quienes apuraron todo el resto de la comida.
Hacia el atardecer, cuando la gente volvía ya a sus hogares, observaron que la boca del manantial se abría, y enseguida vieron salir a un búfalo.La criatura saltó jugó y se revolcó, y luego volvió al manantial.Al poco tiempo salió otro búfalo y otro y otro, y finalmente salían con tanta rápidez que los cheyenes no podían contarlos. Los búfalos continuaron emergiendo de la boca del manantial toda la noche, y al día siguiente todo el campo, hasta el horizonte, estaba cubierto de búfalos.Los búfalos perfumaron el gran campo.Aunque corrían muy rápido, los cheyennes los rodearon y cazaron los necesarios para comer.Durante un tiempo, la gente tuvo carne de búfalo en abundancia. En la primavera mudaron su campamento hacia el sur, cerca de una zona pantanosa, en la que plantaron el maíz que habían recibido del arroyo hechizado.Este creció rápidamente, y cada grano que plantaron produjo plantas con dos, tres y hasta cuatro mazorcas del maíz, que la gente utilizó para comer y replantar al año siguiente.Una primavera, después de haber plantado el maíz, los cheyennes fueron a cazar búfalos. Cuando tuvieron suficiente carne para pasar una larga temporada, retornaron a sus campos. Para su sorpresa, encontraron que todo el maíz había sido robado por alguna tribu vecina.Y lo que era peor, no habían guardado ni un solo grano para volverlo a sembrar.A pesar de que el robo había ocurrido la noche anterior y de que rastrearon las huellas del enemigo durante muchos días, y aunque combatieron con dos o tres tribus, nunca consiguieron toparse con los ladrones o recuperar la cosecha robada.
Esto sucedió mucho tiempo antes de que los cheyennes cultivarán de nuevo el maíz.
Cuento cheyenne
LOLY.
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